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Vivir la  vida sin vida

Desde hace unos días mi madre vuelve a estar ingresada en una residencia para gente mayor, quizás esta vez sea definitiva… Está prácticamente dependiente de ayuda para todo, menos para darse cuenta que la vida se le acaba sin acabársele.

Me explico, está en una silla de ruedas de la cual pasa a un butacón para pasar luego a la silla de ruedas para ir de nuevo a la cama… más o menos ese es su recorrido diario.

Hacía unos días había ido a verla cuando aún estaba en su casa, con esa misma dinámica. En un determinado momento me dijo «Estoy cansada de esta vida»… le pregunté qué le pasaba y probé a aliviar su sensación con algunas palabras.

Viéndola actualmente en un salón con otras tantas personas dependientes, no puedo dejar de imaginarme un posible dueño de laboratorios farmacéuticos frotándose las manos… porque me parece que se trata precisamente de eso, de alargar la vida más y más, a cualquier precio, aunque sea manteniéndola sin que haya alguien vivo realmente en esos cuerpos.

 

Estar en paz para morir con dignidad

Para los que nunca estuvieron en una residencia, les pediría que antes de emitir ningún juicio acerca de este escrito se acercaran a una y visitaran especialmente el espacio previsto para personas dependientes, donde se reúnen aquellas con y sin deterioro cognitivo (esto es con lo que me he encontrado en Barcelona). En este último ingreso, tras pasar un rato en ese espacio, tuve una comprensión: en esa etapa de la vida, no hay escapatoria, no podemos escapar de nosotros. Mientras vamos haciendo cosas y yendo de un sitio a otro, nos entretenemos, nos despistamos de lo que va pasando por dentro, pero en ese momento como el de mi madre, es como estar contra la pared, sin salida, como si la vida diera una bofetada y nos pusiera delante todos los asuntos pendientes (de eso habla ella a ratos).

La Gran Enseñanza para mí de esta situación es seguir creciendo por dentro, poner conciencia a mis temas internos, iluminar mi mente tanto como me resulte posible, estar en un estado de tanta paz como sea capaz de alcanzar, porque ahí, en ese momento, en el corredor de la muerte (no puedo verlo de otra manera), no hay escapatoria.

A veces pienso también que dentro de este negocio de las residencias, podrían ofrecer a los usuarios otras experiencias además de «aparcarlos» frente al televisor (vale, y la fisioterapia, la comida, la peluquería y la misa). Lo cierto es que no sé si a esas edades hay mucho interés por seguir aprendiendo, por recibir estímulos, por conocer cosas nuevas o más bien hay ganas de quedarse quieto y quieta… no lo sé… sólo sé que es una situación que me da qué pensar y reflexionar.

 

Mª Rosa Parés Giralt

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