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Vacía tu taza, te harás un favor

Quizá hayas escuchado el cuento sobre alguien que va a visitar a un maestro en búsqueda del conocimiento último, uno más que acumular junto a su extenso currículo de información almacenada.

Lo que el maestro le muestra es digno de integrar en la vida de cualquiera, especialmente cuando asoma la creencia (ego) y exhibición de lo mucho que se «sabe».

Me dedico a facilitar modelos teóricos, recursos y prácticas para el auto-conocimiento y el desarrollo personal y su aplicación en el campo profesional, y doy, no pocas veces, con personas que traen sus tazas más que llenas en las que entra poco o nada tal como le hace ver el maestro al visitante.

He visto personas que intervienen como si fuera la oportunidad de mostrar su cartera de conocimientos adquiridos. Tal vez busquen reconocimiento, admiración, sentirse vivas, demostrar que están por encima (ego inflado) del maestro.

Algunas se remueven con lo que escuchan porque les confronta con sus modelos habituales sin cuestionar si dichos modelos tal vez ya no son útiles. Más bien parecen querer tirar abajo lo nuevo (o no tan nuevo) que están escuchando, una y otra vez (muy cansino por cierto para la persona docente).

Hay tanto pavor a plantearse si la manera habitual de funcionar es errónea que la explicación que más me cuadra es porque eso toca la idea de identidad (ego) que se ha construido cada cual sobre sí. La creencia implícita detrás de esa conducta es algo así como «Si el modo que tengo de pensar, hacer, relacionarme, no es adecuado, ¿quién soy yo?!!» O sea, que hay una identificación con el personaje (ego) y vaya yo a decir algo que a la persona le hace saltar la alarma de que lo están atacando.

Otra razón para cargarse los nuevos (o no tan nuevos) modelos que se exponen, es la gran pereza a cambiar. Porque sí, puede ser durillo y cansado ponerse a cambiar hábitos, patrones, costumbres, «como se ha hecho toda la vida».

Y es que la biología parece no ponerlo fácil con su mecanismo de gastar la mínima energía posible, hasta para esto aunque pase factura a la salud mental y emocional.

Seguro que habrá otras tantas razones para llegar a un aula con la taza llena. De hecho me he dado cuenta que yo también lo he hecho en otros tiempos y también fui cansina para mis formadores.

A día de hoy me doy cuenta que es una de las mejores actitudes, ir con la taza vacía por la vida para dejarse impregnar de lo que acontece en el momento, dejarse sorprender, dejarse llenar.

Escuchar y recibir un planteamiento, un modelo, una hipótesis, una teoría, abrirse a ello, no quiere decir que se vaya a dejar de ser lo se es, que vaya a haber una conversión inmediata a eso, ni tampoco que lo conocido vaya a desaparecer. Además, si algo no interesa siempre se está a tiempo de volver a vaciar la taza!!

 

Mª Rosa Parés Giralt

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