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Primera premisa: Sonreír es saludable

Cierto, parece que afirman estudios científicos…

Al sonreír de forma voluntaria, al margen de si las cosas en la vida nos van bien o no tan bien, esto tendría un efecto en la respuesta de nuestro cerebro que interpreta el gesto de la sonrisa como una señal, que indica que no hay motivo para alarmarse, ni peligro eminente, que el entorno es estable y seguro.

Por mucho que cueste creer, cualquier gesto, postura o movimiento que realicemos, es información que nuestros cerebros procesan. Así que si sonreímos a voluntad, en cierto modo estamos engañando al cerebro enviándole un mensaje de que la situación es afable.

 

Segunda premisa: Si sonreímos a los demás, generamos un impacto positivo

Claro, teniendo en cuenta la premisa anterior no se puede esperar otra cosa.

Cuando la persona que tenemos enfrente detecta nuestra sonrisa, ni que sea inconscientemente y para ello recordemos que el cerebro procesa continuamente cantidades enormes de información sensorial de la que somos conscientes el mínimo de los mínimos, eso provoca que su cerebro interprete nuestra expresión facial de tal manera que nos vea como individuos con buenas intenciones, que venimos en son de paz.

Todo ello es un viejo mecanismo de protección biológico e inconsciente con el que nacemos y empezamos desde bien temprano a interpretar los rostros a nuestro alrededor.

 

Tercera premisa: Tenemos entonces la opción de sonreír al libre albedrío

Pues sí, funcionalmente solo hay que elevar las comisuras de los labios implicando unos cuantos músculos para esbozar una sonrisa, eso es todo.

Es un buen método para auto-animarse, para entrar en una reunión, para recibir a una persona amiga, para salir de casa… Mejor eso que estar todo el tiempo con las comisuras de los labios dibujando una curva en el sentido inverso a la sonrisa, entonces tenemos la enfermedad llamando a la puerta en un plis.

Sonreír nos hace bien, claro está. Y mucho más bien ocuparnos de nuestro corazón.

 

Cuarta premisa: Ocúpate de tus emociones y la sonrisa aparecerá sola

Equilicuá el quid de la cuestión, o lo mismo que decir, ese es el núcleo del asunto a atajar.

Podemos entrenarnos en sonreír como un mero gesto saludable generando el hábito, aún y que en verdad corresponda más a una intención que a una realidad interna. Esa es una opción.

Otra opción es ocuparnos del corazón, de «sus cosas», de esas emociones reiterativas, desbordadas o crónicas, de esa sensación de ausencia, abandono o vacío, de las estocadas que recibió y que aún siguen supurando, de la carencia experimentada, de aquello que fuere que lo dejó «patas arriba».

Como sea, de todas esas cosas que hacen que por dentro nos sintamos frágiles, vulnerables, como personitas pequeñitas.

Cuando nos ocupamos de verdad de ello, con la actitud y el proceso de abordamiento adecuado, la calma y la paz se instalan en todas las células, la sonrisa viene de todo el cuerpo.

Esta es mi constatación y dirección. Hacia allí voy, en ello me entrego y de ahí resurjo… con una sonrisa serena que crece a medida que me pacifico dentro.

 

Mª Rosa Parés Giralt

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