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¿Has pensado alguna vez por qué la mayoría de personas nos empeñamos en tener razón?

Seguramente te has encontrado en más de una ocasión defendiendo una idea, un argumento, una opinión, un punto de vista, algo en lo cual no te iba la vida e incluso, probablemente, no era relevante, pero ahí estabas con plena involucración luchando por tener razón.

A mí me ha pasado muchas veces con mi pareja y mi hija, sobre todo. Recuerdo una vez que rebatí a mi hija con vehemencia que el sorbete era la variedad que podía ser vegana y no el helado de crema que se hacía con leche. Me recuerdo a mí misma defendiendo esa idea como si estuviera tratando un asunto vital mientras ella sostenía que había helado de crema vegano. Fue tremendo porque en otro momento fuimos a una heladería donde ella me mostró el helado clásico de toda la vida en versión vegana! Y allí quedó helada toda mi razón!!

Y me he pillado una y otra vez, batallando por tener razón, con la tensión que eso genera en las relaciones, sin caer en la cuenta de la importancia que realmente tiene llevar la razón o no ya que las cosas son lo que son al margen de la lucha. Qué más da, a menos que sea asunto de vida o muerte o asunto verdaderamente significativo!

Pero no, ahí nos encontramos los seres humanos poniendo toda la energía, perdiendo la objetividad en cantidad de ocasiones, alterándonos, agotándonos, creando distancia respecto a quienes queremos demostrar que tenemos esa razón, hasta destruyéndonos, todo por demostrar que lo que decimos, creemos y pensamos es así. Visto de este modo me parece absurdo, lo que significa que cuando entro en esta dinámica mi forma de proceder se vuelve absurda.

 

Y digo yo, ¿para qué quiero tener razón?, ¿de dónde sale esa tendencia?

Pensando estos días en ello, o mejor dicho, se encendió la lucecita uno de estos días y de pronto percibí ese “querer tener razón” como una función de la mente, la psique, el ego, la personalidad, de los programas que constituyen eso llamado yo. Ahondando un poco más, preguntando sobre la funcionalidad de esa tendencia, ahí pensé que tal vez sea una reminiscencia de estrategias de supervivencia de nuestros primeros tiempos como humanos (u homínidos) en los que había que luchar por protección, alimento, territorio, apareamiento, etc., resumiendo sería salirse con la suya.

Bien, no sé si esa supuesta teoría tiene fundamento pero es que me cuesta encontrárselo en nuestros tiempos actuales y nuestras batallitas cotidianas.

En todo caso, tener razón pareciera estar directamente vinculado a la identidad. Si yo me creo lo que pienso, lo que cuento, lo que digo, mis argumentos, mis criterios, y los defiendo con uñas y dientes cuanto más me identifico con ellos, en el momento en que no tengo razón puedo experimentar por un lado un vacío (como una especie de peligro) y por otro lado mi imagen afectada por algo así como una derrota sintiéndome en evidencia, la cual cosa está estrechamente relacionada con la identificación que puedo tener con mi auto-imagen, auto-concepto o eso llamado ego, incluyendo una sensación vertiginosa de que el prestigio se tambalea.

Por todo ello es por lo que relaciono esa tendencia (casi manía) a tener razón con un impulso de supervivencia.

 

¿Y cómo deshago ese impulso?

El camino hacia que me dé absolutamente igual (o casi) tener razón o no tenerla, lo veo como una dirección hacia dejar de agarrarme a mis ideas, es decir, percibir el mundo como un mundo de posibilidades en el que tal vez es cierta la que yo planteo, tal vez no, tal vez a medias, tal vez sí y la de otras personas también.

Vivir como un mundo de posibilidades más allá de MIS opiniones, MIS criterios, abre un margen lo suficientemente ancho como para tener razón o no tenerla y quedarme tan ancha. Porque lo importante, como exponía al principio del artículo, ¿es estar en la razón o que las cosas son lo que son (como el helado que me mostró mi hija)?

Da un miedo o una sensación de vacío que no veas dejar de agarrarse a las creencias, a las certezas de como yo digo, así es. Pero bien vale respirar ese impacto para encontrar la libertad de transitar por la vida con mayor ligereza.

Hoy día, cuando llego a tiempo y me doy cuenta que estoy entrando al trapo con llevar la razón, regreso a mí, a la respiración, al cuerpo, al momento, al universo de posibilidades, suelto un “Ah, pues será así”, llegando a veces hasta a esbozar una sonrisa.

Tener razón no me hace más persona, más fuerte, más “yo”. Lo que soy, soy. Lo que es, es.

 

Mª Rosa Parés Giralt

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